UN MUNDO HIPOTETICO
Alberto Londoño, era un hombre común y corriente como todos
los demás, vivía en la misma ciudad donde nació, trabaja en una oficina de
abogados donde no ganaba muy bien pero que le permitía sostener a su hogar. Pagaba
siempre sus impuestos y los servicios públicos de su casa a tiempo, ejercía su
derecho al voto cada vez que había elecciones en su ciudad. Vivía con su esposa
que besaba cada mañana al levantarse de la cama y con sus dos pequeños hijos María
y Nicolás que lo recibían con un gran hola y un abrazo cuando llegaba a casa en
la noche, después del trabajo; en pocas palabras tenia su vida resuelta y sin
ningún contratiempo.
Esa mañana de febrero, Alberto entro al baño, se ducho y
después se cepillo religiosamente los dientes las 32 veces que le recomendaba el odontólogo cada seis meses. Se vistió con
el traje negro a rallas que la oficina de abogados le había dado por sus 10
años de trabajo en la firma, entro a la cocina y se tomo el tinto que su mujer
le había preparado, se despidió de sus hijos que salieron como un torbellino
bullicioso a la ruta que los estaba llamando desde la entrada del conjunto,
beso a su mujer y siguió sus pasos entre pasillos que lo llevaron hasta su
carro, un mazda 323 hs modelo 85 que pago con mucho esfuerzo, lo prendió y
espero a que el motor se calentara para no estropearlo. Parecía que ese día iba
a ser como el anterior, un día gris, por que tenía como ganas de llover.
Alberto arranco con su viejo carro rumbo a su oficina que
quedaba en el centro de la ciudad y al cual era casi imposible llegar. Prendió la radio y escucho el reporte del
transito “Alerta Bogotá, con los conductores” al parecer estaba taponadas las
vías por una marcha que se había organizado
en contra de una ley del gobierno de turno y que perjudicaba al pueblo,
según decían en los diferentes medios de comunicación, generando un gran
trancón en la mayoría de las vías de la ciudad. Alberto decidió tomar una vía
alterna para poder llegar a tiempo pues tenia junta con su jefe a las 9:00 am y
así evitar el trancón que lo esperaba con los brazos abiertos.
En medio del desespero y la danza frenética del volante de su
mazda 323 hs modelo 85 pues ya iba retrasado, a Alberto le llego de repente un
raro pensamiento a su cabeza, quería que todo fuera tan solo un sueño, que
ojala hubiera forma de cambiar así sea por un momento esa vida de mierda donde
tenia que ser un esposo y padre ejemplar, un ciudadano correcto y un empleado
sumiso y rendidor que llevaba desde hace
mucho tiempo, desde que tiene memoria. Quería olvidarse por un momento de todo,
del trancón, de sus hijos, del trabajo, de su jefe gordo y bigotón, quería
volar, salir a conocer otros
lugares, a caminar, disfrutar del aire puro y de cumplir su sueño de ser un
hippie roquero con su guitarra al hombro y en brazos de una hermosa ninfa que
no le pidiera responsabilidades a cambio. Deseo tener un extraño elemento que
le cumpliera ese deseo así sea por un día, como en los cuentos de hadas.
De repente, Alberto observo un extraño objeto que brillaba en
el suelo de su viejo mazda, era algo
pequeño, rectangular, metido entre una pequeña cajilla de cartón y en la cual llevaba escrito la frase “Utilícese en
caso de un deseo” ¿podría ser este el milagro que tanto estaba deseando Alberto
en ese momento? Alberto se agacho rápidamente y recogió con su mano derecha el
extraño elemento que tenia la forma de un borrador y que ya estaba un poco
gastado – tal vez ya le a cumplido a otros sus deseos, por eso esta gastado –
pensó Alberto en medio de su ilusión de una nueva vida, cerro los ojos y anhelo
con toda su fuerza cambiar su vida tan solo por un día y cuando abrió los ojos,
un gran estruendo invadió el silencio de aquella mañana gris de febrero.
Cuando Alberto abrió los ojos estaba rodeado por varias
personas que el nunca había visto en su vida, que no conocía. Junto a el una
hermosa mujer de cabello rubio y ojos claros que dormitaba sobre su regazo
desnudo que lo abrazaba fuertemente, tenia
el cabello largo y la barba le cubría su cara minuciosamente afeitada en la
mañana, luego escucho unos gritos provenientes de un pasillo blanco que estaba
detrás de una cortina que no le permitía ver lo que pasaba. De golpe entraron
dos niños que con gran emoción lo abrazaron y con lágrimas en los ojos le
decían: Te amamos papi y te prometemos no volver a dejar nuestras cosas en el
viejo mazda que tanto quieres.
Alberto había tenido un accidente con otro vehículo que no
vio por cerrar los ojos y recoger un viejo borrador que alguno de sus hijos
había dejado botado en el carro el día que el los había recogido luego de
terminar las clases de danza y música que tenían los días Sábados, había estado
en coma durante dos meses y al parecer, según dicen los doctores del hospital,
había perdido la memoria.